Antonio Tejeda EncinasEspaña

De la Selección Natural a la Selección Algorítmica: El Advenimiento de un Nuevo Dios

Por Antonio Tejeda Encinas
Abogado. Analista tecnopolítico. Presidente de PCDD–Global y del Comité Euroamericano de Derecho Digital- CEA Digital Law
 
Charles Darwin revolucionó la comprensión de la vida en la Tierra al formular la teoría de la selección natural, un proceso ciego y gradual que ha guiado la evolución de las especies durante millones de años. No obstante, en la era contemporánea, nos encontramos inmersos en una transformación radical, donde la selección natural ha cedido su trono a un nuevo poder: la selección algorítmica, impulsada por la inteligencia artificial y la tecnología digital. Este cambio no solo redefine cómo evolucionamos, sino que también reconfigura las bases mismas de la sociedad, sustituyendo a antiguos dioses y poderes por uno nuevo: el capital algorítmico
 
La Muerte de Dios y el Nacimiento del Algoritmo
 
Friedrich Nietzsche proclamó en el siglo XIX la muerte de Dios, un anuncio que simbolizaba la pérdida de la fe en un poder divino omnipresente que guiaba el destino de la humanidad. En su lugar, la modernidad adoptó el racionalismo y la ciencia como nuevas guías. Sin embargo, en el siglo XXI, la tecnología y, más específicamente, los algoritmos, han ocupado el vacío dejado por la divinidad. La selección algorítmica, orquestada por sistemas de inteligencia artificial, ha emergido como la fuerza dominante que dirige nuestras vidas, desde las decisiones más mundanas hasta las más trascendentales.
 
Este nuevo dios, el algoritmo, no opera bajo principios éticos o morales, sino que es una herramienta moldeada por quienes lo diseñan y controlan. En un mundo donde el capital gobierna, los algoritmos son diseñados para maximizar beneficios, optimizar recursos y perpetuar el poder de aquellos que los poseen. Así, el capital algorítmico se convierte en el nuevo dios, y los ingenieros y tecnólogos, en sus sacerdotes.
 
Del Orden Natural al Orden Algorítmico
 
La selección natural, tal como la describió Darwin, es un proceso lento y sin dirección, donde los individuos mejor adaptados a su entorno sobreviven y se reproducen. Este proceso, a lo largo de eones, ha generado la increíble biodiversidad que observamos hoy. Pero en la era digital, hemos pasado de este orden natural a un orden algorítmico, donde las decisiones ya no se basan en la adaptación biológica, sino en la adaptación a los patrones de datos y las preferencias de consumo.
 
Este nuevo orden es altamente dirigido y exponencialmente rápido. Los algoritmos, alimentados por vastos conjuntos de datos, deciden qué productos consumimos, qué noticias leemos, e incluso con quiénes nos relacionamos. La «evolución» en este contexto no es biológica, sino cultural y social, y está dictada por un conjunto de reglas codificadas por aquellos que poseen el conocimiento técnico y los recursos financieros.
 
El Capital como el Nuevo Árbitro de la Evolución
 
En este nuevo ecosistema, el capital se erige como el nuevo árbitro de la evolución. Las grandes corporaciones tecnológicas, con sus recursos casi ilimitados, diseñan y controlan los algoritmos que rigen nuestras vidas. Estos algoritmos no solo determinan qué es lo que se considera valioso o deseable en el mercado, sino que también definen quién tiene acceso a oportunidades y recursos. En lugar de estar en manos de un proceso evolutivo natural e imparcial, nuestras vidas están siendo moldeadas por decisiones automatizadas que reflejan los intereses del capital.
 
Un Futuro Gobernado por el Algoritmo
 
La fe en Dios ha sido reemplazada por la fe en la tecnología y, en particular, en los algoritmos. Sin embargo, esta nueva fe no es menos peligrosa que la anterior. Al poner nuestras vidas en manos de sistemas automatizados, corremos el riesgo de deshumanizarnos, permitiendo que decisiones cruciales sean tomadas por máquinas sin empatía ni comprensión de la complejidad humana.
 
La transición de la selección natural a la selección algorítmica marca una nueva era en la historia de la humanidad.
 
En definitiva, debemos preguntarnos si estamos dispuestos a aceptar este nuevo orden sin cuestionamientos, o si, por el contrario, tomaremos las riendas de nuestro destino, asegurando que la tecnología sirva a la humanidad y no al revés. La muerte de Dios y el ascenso del capital algorítmico no deben llevarnos a una nueva era de sumisión, sino a una etapa de mayor responsabilidad y conciencia colectiva.
 
Al llegar al final de esta reflexión, no podemos evitar preguntarnos: ¿Es este el futuro que deseamos para la humanidad? ¿Debemos aceptar pasivamente este nuevo orden algorítmico, sometiéndonos a un sistema que podría despojarnos de nuestra esencia más humana? La respuesta debe ser un rotundo *no*.
 
Así como en el pasado las luchas por los derechos civiles y la paz demostraron que la voluntad colectiva puede superar cualquier obstáculo, en el presente debemos unirnos para garantizar que la tecnología sea una herramienta al servicio de todos y no un arma en manos de unos pocos. Nuestra revolución no debe ser violenta, sino consciente y decidida, orientada a reimaginar un mundo donde el algoritmo sea una extensión de nuestra humanidad, no su tirano.
 
El futuro no está escrito en código; es nuestro, y es nuestra responsabilidad moldearlo con sabiduría y compasión. El capital algorítmico puede ser poderoso, pero la fuerza de una humanidad unida y despierta es invencible.