Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Excanciller del Perú e Internacionalista
Hoy los trabajadores no laboran o no deberían hacerlo. Es momento de hacer un alto en las tareas de producción para tributar homenaje a quienes contribuyen con su esfuerzo y talento en el desarrollo de la empresa y por supuesto del país que, a pesar de contar con una vida política llena de sobresaltos, económicamente el crecimiento se mantiene, precisando que no es lo mismo que desarrollo, y que, diré enfáticamente, no tenemos.
Las relaciones entre el empleador y el trabajador históricamente no han sido siempre las mejores. La historia de las luchas sociales –no estoy diciendo lucha de clases que es el argumento marxista que no comparto–, fue relevante en el siglo XIX a propósito de las reivindicaciones sociales que derivaron de la segunda revolución industrial, cuyo impacto directo e inmediato produjo enormes contrastes entre el empresario y los trabajadores, hay que decirlo.
Es verdad que fueron los movimientos de obreros fundados en las bases marxistas, eso sí, los que lideraron las luchas sociales, pero también que con el correr del tiempo se han convertido en los reclamos de lo que se entiende por lo justo.
En Estados Unidos de América la histórica jornada de Chicago con la revuelta de Haymarket, del 1 de mayo de 1886, como hoy, marcó el punto de quiebre de las referidas reivindicaciones sociales, obteniendo luego que la jornada laboral sea de 8 horas.
En el derecho laboral las reglas positivas quedan subordinadas a la protección superior de los derechos del trabajador. Tratar bien a un trabajador es una obligación del empleador y cumplir con sus responsabilidades laborales es un deber del trabajador. El respeto es mutuo.
Por la ausencia del poder material en el trabajador, el derecho protege pétreamente sus derechos extrapatrimoniales y patrimoniales. Un acto abusivo por el empleador puede llevarlo letalmente a la quiebra, debiendo concentrar sus preocupaciones y expectativas en una acción indemnizatoria.
El trabajador debe ser leal y respetuoso como pulcro y diáfano con su trabajo; el empleador, debe ser justo y agradecido y reiterarlo siempre al trabajador.
Finalmente, la dignidad es el mayor tesoro del trabajador y siempre debe ser protegida, respetada y reconocida por el derecho y sobre todo, por la sociedad.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista