Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Excanciller del Perú e Internacionalista
Los países europeos enfebrecidos por recuperar sus excolonias, so pretexto de saldar deudas del pasado –al Perú los españoles le imputaron no pagar la deuda comprometida por la Capitulación de Ayacucho (1824)–, cruzaron el Atlántico en busca de reparaciones pendientes por las naciones de América.
La Armada española llegó hasta las costas del Pacífico Sur simulando una expedición científica, y se enfrentó, un día como hoy, 2 de mayo, hace 159 años, al frente de la defensa cuatripartita peruana, chilena, boliviana y ecuatoriana.
Nunca como en esa ocasión contamos un mecanismo de cooperación y de coordinación subregional militar excepcional y ejemplar. El escenario fue el Callao, pero, lejos de lo que se pueda creer, no incluyó al pétreo Castillo del Real Felipe.
Internacionalmente, Maximiliano, de Francia, se había proclamado emperador de México (1863), y en España, la reina Isabel, no cesaba en sus pretensiones de recuperar Santo Domingo (1861).
Aunque parezca insólito por esa época en nuestra región habían políticos e intelectuales con vocación conservadora que sostenían el fracaso del republicanismo –las guerras civiles y las pugnas por la tenencia del poder ocupó gran parte de las primeras décadas en la historia del Perú en que tuvo protagonismo el primer militarismo de la victoria como anota el eminente Jorge Basadre–, alentando el recuerdo de la fórmula del protectorado que deslizó el Libertador Don José de San Martín en 1821 para instalar en el país una monarquía constitucional.
Por la referida deuda que España nos señalaba –sabían de sobra de nuestra bonanza por el guano–, no fuimos reconocidos como Estado independiente por Madrid, lo cual se hizo visible en la ausencia de relaciones diplomáticas con la Madre Patria, sino hasta 1879.
En ese lapso, un ignominioso tratado, el Vivanco-Pareja (1865), originó cambios políticos internos, y el presidente Antonio Pezet tuvo que renunciar, y en su lugar fue encumbrado Manuel Ignacio Prado, que lo desconoció.
La guerra la ganamos –José Gálvez fue inmortalizado– y después de la gesta de Ayacucho, fue la segunda victoria en favor de la soberanía del Perú y de los países del continente.
Ese fue su mayor impacto y legado para la defensa nacional y regional, constituyendo el primer hallazgo de una defensa cuatripartita de naturaleza defensivo-colectiva subregional, que, por esa razón, es el antecedente más remoto del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca – TIAR suscrito en el marco de la OEA.