Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay / Excanciller del Perú e Internacionalista.
El resultado del encuentro entre, Richard Grenell, enviado del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, y el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, ha sido ciento por ciento efectivo, es decir, maximalista para la Casa Blanca, por donde se lo mire, pero también lo ha sido –hay que decirlo–, para el palacio de Miraflores, sede del gobierno llanero en Caracas.
El mensaje fue directo y sin rodeos, es decir, la inmediata liberación de los seis detenidos, entre estadounidenses y ciudadanos de otros países, acusados de actos de conspiración contra el régimen y de incitar a la violencia en el país. Trump ha priorizado la vida de los detenidos, y su resultado tiene una altísima rentabilidad política, algo que nunca comprendió el desaparecido presidente demócrata, Jimmy Carter, por la toma de rehenes en la embajada de Washington en Irán, en 1979.
Trump también ha conseguido que Maduro reciba, sin hacer mucha alharaca, a los indocumentados de todo calibre, que serán inminentemente deportados a su país. ¿Será que Maduro le tiene miedo a Trump? Eso realmente no lo sabemos; sin embargo, si algo ha quedado tan claro como el resultado de las pretensiones de Trump, ha sido la tácita aceptación por parte de Washington del statu quo que domina en Venezuela, es decir, que Maduro ha conseguido que el hegemón del mundo no interfiera, por lo menos en lo inmediato, en su gobierno de facto, lo que no significa que Trump reconozca a Maduro como presidente legítimo y legal de Venezuela.
Para Maduro, que no entiende las diferencias entre legitimidad o legalidad y tener el poder real del país, resultará un completo alivio para sus planes de perpetuación en el poder. Me queda claro, como acabo de decirlo a mis alumnos, que Trump está privilegiando, una vez más, el mismo pragmatismo que le vimos cuando sorprendió al más conspicuo teórico de la Universidad de Harvard, al reunirse con el líder de Corea del Norte, Kim Yong-un, en la zona desmilitarizada del paralelo 38 que divide a las dos Coreas, en junio de 2019.
Lo que quiero decir, apreciado lector, es que ahora se explica mejor a la vista de los románticos de las relaciones internacionales del Perú y del continente, por qué razón, al embajador Edmundo González Urrutia, elegido abrumadoramente presidente de Venezuela en las elecciones del 28 de julio de 2024, no se le haya visto entre los invitados estelares y en lugar preferente, en la solemne juramentación del cuadragésimo sétimo presidente de los Estados Unidos de América.
Habíamos adelantado que no solamente no se iba a producir la febrilmente anunciada invasión militar de Venezuela por Estados Unidos, sino que Trump buscaría alguna fórmula de entendimiento con el sátrapa Maduro que, por supuesto, tiene muy presente que Washington no le ha entregado un cheque en blanco, aunque sí le ha girado uno, sabe Dios por cuánto tiempo, y que, por supuesto, lo va a aprovechar al máximo.
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