Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay | Excanciller de Perú e Internacionalista
Hoy, 12 de octubre, se cumplen 533 años del descubrimiento de América, el hecho de la historia universal que cambió los paradigmas hasta ese momento vigentes en el mundo. La milenaria tesis de Ptolomeo, que sostenía que la Tierra estaba estática y era el centro del universo, fue enterrada para siempre, sobreponiéndose, en cambio, la de Nicolás Copérnico –heliocéntrica, luego defendida por el no menos célebre Galileo Galilei–, que afirmaba que el Sol era el centro del cosmos y la Tierra, en cambio, la que giraba a su alrededor, confirmando así la redondez del planeta. Los grandes viajes de circunnavegación fueron la demostración irrefutable de este enorme paso dado por la humanidad.
El descubrimiento, entonces, en plena Edad Moderna, produjo la primera gran globalización —la segunda, la que hoy vivimos—. Pudo haber sido Portugal, pero los Reyes Católicos, sobre todo Isabel, tuvieron más perspectiva y osadía que los de la Casa de Lisboa, a pesar de que tuvieron en Enrique el Navegante, fundador de la afamada Escuela de Sagres, a uno de los mayores impulsores de los viajes ultramarinos. España se desencadenaba de la invasión de los árabes —poco se dice que también “…fueron expulsados los judíos por edicto del 31 de marzo de 1492 (En Historia General de España, Tomo Séptimo. Barcelona, Montaner y Simón, Editores, 1930, pág. 22)”—, afincados por ocho siglos en la península ibérica. Su poder quedó reflejado en el Tratado de Tordesillas, firmado con Portugal, dividiéndose el mundo.
España cargó en la Niña, la Pinta y la Santa María, además de la religión, el derecho de Castilla, y sus descubridores al servicio de la Corona, al contacto con los aborígenes americanos, impusieron el derecho de conquista y, más tarde, instalado el virreinato, el derecho indiano. Aunque no existe conquista en la historia universal que no fuera violenta, la América de aztecas, incas, mayas, chibchas, collas, araucanos, etc., ingresó en una relación de sincretismo con España.
Así como nunca hay que renegar de los procesos históricos —también fue el caso de España con los árabes—, sino concluir de ellos su mayor y más rico legado: la heterogeneidad de la sociedad iberoamericana que forma América con España o España con América, también debemos condenar declaraciones intolerables o recalcitrantes que, por cierto, insisten erradamente en hablar de una invasión española de América, llegando incluso a llamar “tribus” a los incas, aztecas y mayas, consideradas altas culturas precolombinas.
El otro lado de la moneda es el alineamiento, y con eso hay que tener cuidado, porque, como en el virreinato, hay quienes actúan con discursos hiperbólicos hacia España. Todo con equilibrio, y en ese marco, soy un hispanista por definición; y en esa condición, digo de frente y sin hipotecas, que los excesos, de un lado, y los complejos, de otro, respecto del proceso del descubrimiento de América, deben ser censurados, vengan de sectores de derecha o conservadores, o vengan de las izquierdas o del progresismo.
Con todo lo anterior, no perdamos de vista que los pueblos originarios de nuestra América —como los del Perú— deben ser dignificados en la memoria colectiva permanente de nuestros países.