Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay / Excanciller del Perú e Internacionalista.
Hoy se cumplen 46 años del tratado de paz que firmaron Israel y Egipto y aunque la relación entre ambos países cambió, acercándolos, dado que Egipto era uno los principales países árabes con los que Israel mantenía una de las mayores hostilidades bilaterales desde la guerra árabe-israelí de 1948 que agudizó los odios mutuos a morir, a poco de constituirse el Estado de Israel como tal, a la luz de la Resolución 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, sin duda, el mayor costó de este acuerdo fue el asesinato del presidente egipcio, Anwar el-Sadat, en 1981, a manos de radicales islámicos que no le perdonaron llegar a un entendimiento con Israel, considerándolo un completo traidor del siempre delicado tema de fondo, es decir, la causa palestina, al haber sido el primer mandatario de un país árabe que, camino a preparar el mejor contexto para la suscripción del referido acuerdo de paz, previamente visitó Jerusalén y hasta dio un discurso en la Knesset (Parlamento) de Israel.
El tratado lo firmó el presidente el-Sadat junto con el primer ministro de Israel, Menájem Beguin, en Washington, teniendo el auspicio del entonces presidente estadounidense, Jimmy Carter, el promotor de los acuerdos de Camp Davis del año anterior, entre ambos países. Egipto no solo normalizaba sus relaciones con Israel, no obstante haberse generado en una primera etapa, una suerte de animadversión hasta contra el propio país por los demás Estados árabes –la sede de la Liga árabe fue cambiada a Túnez, aunque en 1989, retornó a El Cairo–, sino que allanó una larga etapa de tranquilidad nunca antes vista entre ambos países.
De hecho, el Canal de Suez, que conecta el Asia Menor con el Mediterráneo, ahora contaba para el libre acceso de los barcos israelíes y se produjo la retirada de sus ejércitos de la península del Sinaí, incluido el retiro de los asentamientos judíos que allí se encontraban. La vinculación entre El Cairo y Washington también cobró otra dimensión, manteniéndose durante los más de 30 años que estuvo al frente del país de los faraones, el general Hosni Mubarak, vicepresidente de Egipto en el momento del magnicidio de el-Sadat, salvo el lapso en que gobernó Mohamed Morsi, que había ganado las elecciones en 2011 con el aval de los Hermanos Musulmanes, y que no pudo resistir las protestas sociales en el país, siendo reemplazado por el general Abdelfatah El Sisi, que asumió la presidencia de Egipto formalmente en 2014 hasta la actualidad.
Mirando el Medio Oriente, grosso modo, la paz permanente cuesta y mucho, si no, también queda en nuestra retina, la muerte de Isaac Rabin, primer ministro de Israel, a manos de un fanático sionista en 1995, a poco de haber dado un extraordinario paso con Palestina por los Acuerdos de Oslo.
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