Por Miguel Ángel Rodríguez Mackay / Excanciller del Perú e Internacionalista.
Siria, el país árabe del Medio Oriente que ha soportado una de las guerras internas más sangrientas de los últimos años –500 mil muertos y cerca de 12 millones migrantes por el derramamiento de sangre durante más de una década–, ha sido liberada de una tiranía. Eso significa que el régimen del dictador Bashar Al Assad, que gobernó el país a su antojo por 24 años (2000-2024) –hay que sumar las tres décadas anteriores en que Siria estuvo en manos de su padre, Hafez Assad–, ha sido derrocado, y el gobernante ha huido hacia Rusia, el aliado que lo protegió durante el cruento conflicto armado interno en que las fuerzas del régimen se enfrentaron a los rebeldes que, finalmente, lo han vencido luego de consumar desde el norte del país, su victorioso ingreso en Damasco, la capital siria, al sur, en la madrugada del domingo 8 de diciembre.
El caso de Siria confirma que las tiranías en cualquier parte del mundo no son perpetuas. Siguiendo la fuerza de las oleadas democráticas que se vivió por la denominada Primavera Árabe de 2010-2012, la población siria en ese momento se volcó a las calles para exigir al dictador que diera a paso a elecciones libres y limpias, que, por supuesto no solo negó si no que, hasta dio paso a uno de los mayores ensañamientos de un gobernante contra su propio pueblo. Ahora, mientras Al Assad ha llegado con su familia a Moscú, obteniendo asilo del gobierno de Vladimir Putin, que por cierto lo conservará el tiempo que sea útil para los objetivos rusos –mantienen una de bases militares más importantes en Medio Oriente y pronto entrarán en negociaciones con los rebeldes–, el grupo militante islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que lidera el control del país con su líder, Abu Mohammed al Jawlani, ha decidido esperar que el primer ministro sirio, Mohammed al Jalali, entregué el poder en forma ordenada.
Luego del imparable éxodo por la guerra, y el masivo retorno de las últimas horas, el panorama para el futuro inmediato de Siria, aún no está claro. Es verdad que los rusos se ven mermados por la caída de su aliado, y también lo es, que Estados Unidos, que apoyó a los rebeldes en su lucha armada contra Al Assad, mira con discreción el nuevo escenario político en el país, si tenemos en cuenta que Washington considera al líder de HTS, uno de los terroristas más peligros en el mundo –HTS antes estuvo asociado a Al Qaeda–, por cuyo paradero ha ofrecido una recompensa de más de 10 millones de dólares.
En otras palabras, no se sabe si el país terminará en manos de los extremistas o si acaso se abrirá un nuevo capítulo hacia una democracia que el pueblo reclama. Las fichas de Moscú y Washington deben estar moviéndose en el confuso tablero sirio liberado, donde los vecinos, también tendrán vela en el reciente entierro, principalmente Turquía, el mayor óbice que tuvo el derrocado régimen de Al Assad.
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